Re: Debate de Actualidad Política
Publicado: 17 Jul 2013 14:49
http://www.jotdown.es/2013/07/un-senor- ... -al-suelo/
Un señor mirando al suelo
Es curioso. Uno tiende a pensar que quien llega a liderar el Gobierno de uno de los países democráticos más importantes del mundo debe de ser un tío excepcional. Nuestra mente, extremadamente simple y simplificadora a veces, hace, en circunstancias normales, un razonamiento tal que así: el líder de 46 millones de personas no puede ser alguien normal. Tiene que tener algo. Tiene que destacar de alguna manera. Despuntar. Brillar. O enfadar. Quizá aterrorizar.
Pero luego uno se encuentra con Mariano Rajoy en una rueda de prensa sobrevenida y no elegida un lunes 15 de julio de 2013. Observa cómo se ha asustado, y cómo ese susto (no hay otra explicación posible) le ha llevado a forzar un amaño de la pregunta que le iba a ser lanzada en rueda de prensa para poder leer la respuesta. Sin pudor ni vergüenza. Mirando hacia abajo las veces que ha hecho falta. Ajeno al hecho de que cada vez que bajaba la mirada perdía un votante, o dos, o tres. Solo importándole salir del paso. Resistir. Como la vida es. Y el espectador, algo atónito, se da cuenta de que el líder de 46 millones de españoles es solo un tipo de mediana edad, ya tirando a viejo, más bien cansado, y probablemente con muchos sinsabores y muchas elecciones mal tomadas a sus espaldas. En ese momento es cuando la pregunta surge: por qué. Por qué tú, que te permites mirar hacia abajo en la rueda de prensa más importante de tu carrera política, estás ahí. Por qué te rebajas a manipular una pregunta cuya respuesta no tenía por qué variar. Qué demonios haces en mi televisor mirándote los zapatos.
Ya no nos acordamos, pero esa pregunta nos la hicimos hace ahora una década de una manera mucho más ligera, como aperitivo de viernes tarde. Cuando nuestra mayor preocupación era si entrábamos o no como tercer plato en la coalición de una guerra absurda hubo un líder (este sí, excepcional para bien o para mal) con bigote menguante que nos sorprendió a todos con una retirada que dejaba paso a su ministro de Interior, un gallego con cierta soltura para hablar en público dentro de un guión marcado que desbancó a otros nombres que parecían mucho más probables. Al menos eso nos susurraban los tertulianos de entonces (que, por cierto, son prácticamente los mismos que ahora). La pregunta de por qué tenemos a un señor gallego algo cobarde y poco brillante como presidente es la misma que por qué Jose María Aznar eligió a este mismo señor como su sucesor.
Imagine, lector, que es usted un líder político de primer nivel. Que, a su modo de ver, ha sacado a su país del pozo en que se encontraba y le ha puesto en el camino correcto en términos de crecimiento económico, estabilidad y relevancia política. Las encuestas así parecen confirmarlo. Es cierto que puede perder algo de apoyo, pero en ningún caso su gestión va a ser derrotada por la oposición. A usted le preocupa que quien ocupe su puesto siga el camino deseado. Dicho de otra manera: usted tiene una idea sobre lo que debe ser España y piensa que ha trabajado mucho para acercar al país a esa idea. Quiere que quien venga después siga exactamente la misma línea, o lo más cerca posible. De entre el menú de opciones disponibles no había nadie tan probable de mantener el legado económico conservador-liberal de Aznar que Mariano Rajoy. La cosa se planteaba relativamente sencilla: Rajoy ganaría el 14 de marzo y tendría al menos cuatro años para hacer cosas como emprender cambios en el Estado de Bienestar, profundizar en la reforma fiscal, en la flexibilidad laboral por abajo y en lo que fuese menester. Lo haría con calma, desactivando con sus silencios (que combinan bien con crecimiento económico) y su trabajo constante la oposición frontal. Y en 2008 España sería un país aún más nuevo.
Es decir: Aznar puso en su lugar no al más carismático, ni al más capaz para ganar elecciones, ni al más osado para hacer reformas en profundidad ante situaciones de riesgo macroeconómico (como una burbuja, o como la explosión de dicha burbuja y la crisis que le sigue), sino simplemente a quien mejor iba a gestionar su legado. Hizo además esta elección entre una selección previa de personas que llevan toda su vida ascendiendo en un partido cerrado, jerárquico, en una carrera que prima la cercanía al inmediatamente superior a ti y las afinidades mucho más que la capacidad de ganar elecciones o de gestionar de manera eficiente la cosa pública. Y es que Rajoy da el perfil de político típico español: con una plaza de funcionario que supone más un primer peldaño y a la vez un colchón para una carrera poco movida que un auténtico trabajo, ganó su primer escaño autonómico con menos de 30 años. Debe su vida al partido, y el partido no le debe apenas nada a él. Esta es la clase de gente que atraen nuestros partidos (todos ellos) hoy en día. Los talentosos, los preparados para arriesgarse, aquellos que pueden llegar a más no están dispuestos a pasarse años como cuadro medio anodino afiliado al cabeza de familia política de turno. En uno de sus mensajes a Bárcenas, Rajoy decía que «la vida es resistir». La suya, desde luego, lo ha sido. O más bien mantenerse.
Pero si esto es cierto, si Rajoy no es más que un subproducto del Partido Popular, ¿por qué es capaz de aferrarse a su puesto incluso en una situación como la actual, cuando le está haciendo un daño evidente a su partido? Al fin y al cabo vivimos en una democracia parlamentaria: no pasa nada, no hay ningún problema si un partido, a través de su grupo parlamentario, decide pegarle una patada a su líder para poner a otro. Entonces, por qué el señor que se mira los zapatos al hablar sigue teniendo la posibilidad de resistir. La respuesta es que la misma manera de funcionar y estructurar el partido que hace que este sea un sistema cerrado de selección de élites mediocres es la que protege a la cúpula de turno. Cuando Aznar nombró a Rajoy estaba designando a una persona para administrar España y el PP a la vez. Alguien que mantuviese la casa ordenada dentro y fuera. Sabía, por supuesto, que perdía casi toda su capacidad de influencia una vez designado al nuevo líder. Por ello escogió a alguien que sabía, o intuía, que mantendría todo cercano a lo que él consideraba que debía ser en la plácida primera década del milenio.
Pero claro, sucedió el 11M, sucedió el 12, el 13 y el 14, sucedió Zapatero, sucedió la crisis, y tras administrar siete años de miseria ahora es a Rajoy y a su gente (Cospedal, Soraya, etc) a quienes corresponde un encargo que, no nos engañemos, les va grande. Con la explosión de Bárcenas, de hecho, les va enorme. Regenerar España y el PP al mismo tiempo es algo al alcance de muy, muy pocos. Pero eso no evita que la mayoría de los actuales diputados deban su vida política a Rajoy y su entorno. El cálculo que ahora mismo está haciendo cualquiera de ellos es bien simple: ante un líder débil que suponga una amenaza para el partido me rebelaré si y solo si la rebelión tiene una altísima probabilidad de triunfar. Porque de no hacerlo me encontraré señalado ante quien tiene una grandísima parte de mi carrera en sus manos. Es por ello que las primeras, tímidas voces en contra del líder suelen levantarse de las periferias ideológicas y geográficas. Geográficas, porque la base electoral de alcaldes de grandes ciudades y barones autonómicos no dependen (tanto) de cómo le vaya al partido en el centro, ni su mantenimiento por tanto está tan estrictamente ligado a Génova. Ideológicas, porque en este caso se trata de gente que tiende a hacer la guerra por su cuenta sin importarle demasiado lo que diga o haga el núcleo. Solo cuando el coste de mantener al líder es demasiado grande y ya existe un cierto ambiente de rebelión los círculos interiores se plantan y comienzan a demandar explicaciones y dimisiones. El PP no está aún en ese nivel. Entre otras cosas, probablemente porque el escándalo afecta a mucha gente que quiere que se sepa cuanto menos, mejor, del asunto. Sin embargo también es probable que, de existir, los pagos en negro y las comisiones tengan más que ver con las generaciones más antiguas del partido, lo cual podría fomentar una revolución de los nuevos llegados en un caso extremo.
Si la presión mediática, electoral, de la oposición y judicial incrementa, Rajoy parece dispuesto a aguantar. A seguir su máxima involuntaria sobre la vida y resistir. Está convencido de que tiene las herramientas para ello: una mayoría absoluta (parlamentaria, ya no demoscópica) y la capacidad de determinar las carreras políticas de díscolos dentro de su partido. Si una hipotética rebelión no consigue ser lo suficientemente grande como para forzar su dimisión pero sí como para ser visible, el miedo al castigo posterior (electoral e interno) puede llegar a forzar una desintegración parcial del PP. Si se llegase a este extremo, curiosamente el partido sería víctima de su propia capacidad de sobrevivirse. Una organización que, nos guste más o menos, es necesaria para el funcionamiento normal de la democracia española podría implosionar porque la misma organización se encargó de ensalzar a un señor que solo sabe mirar al suelo. Esperemos que levante la mirada y la mantenga firme cuando menos lo esperemos, que será cuando más lo necesitemos. Pero no parece muy probable.